Un paralelo

Se nos ha encomendado escribir un ensayo cuyo objeto sea hacer una comparación entre la situación política que actualmente vive la sociedad colombiana y  toda la horrible parafernalia que rodeó a la Argentina de mediados de los años setenta en adelante basados en la lectura de la novela El mar y la serpiente de la escritora argentina Paula Bombara. El libro relata la triste y melancólica historia de una pequeña niña que pierde a su papá idealista por la espantosa y efectiva labor de la Triple A. Casi pierde a su madre, pero por los vaivenes de las burocracias sin control, logra salir y reconstruir una vida digna, aunque con sus bemoles emocionales.

Al principio, me pareció que hacer el paralelo entre la Colombia del presente y la nación gaucha del pasado era un desatino, pues son épocas irrefutablemente diferentes: Hoy, por fortuna, nuestro país vive una de los mejores ciclos económicos de su historia republicana, mientras que la Argentina de entonces padecía una situación decadente, fruto del populismo peronista.

Hoy, por fortuna, Colombia tiene en sus ciudades principales tasas de homicidios más bajas que Washington D.C. o Atlanta. En los setentas, el terror se apoderó de la sociedad argentina, cuando miles de personas eran sacadas de noche de sus casas, embutidos en camiones, rematados en celdas con bombillas ahorradoras que generan esa molesta luz blanca y violadores, en el mejor de los casos; en el peor, torturadores profesionales y asesinos. De cualquier manera, la mayoría terminaba en un sitio desconocido, rodeado de tierra y huesos ajenos, siendo violado su íntimo e inviolable derecho a ser sepultado con dignidad.

Hoy, sin tanta fortuna, Colombia se encuentra bajo una especie de monotonía ideológica, donde el Presidente Uribe no tiene muchos críticos serios y poco –o ningún– contrincante político de peso que puede ofrecer algunos cambios que la sociedad colombiana necesita. En Argentina, no cabe duda, lo que había era disparidad en las creencias políticas de la gente. Se podría decir que el pueblo argentino apoyó el Proceso de Reorganización Nacional –la denominación oficial a la dictadura militar que empezó el 24 de Marzo de 1976- al principio, como una solución desesperada a problemáticas profundas generadas por malas elecciones y burocracias ineficientes. Pero de allí en adelante, no había certeza de qué modelo debería seguir el país gaucho. Entonces, de cualquier manera, resulta impreciso comparar la Colombia del presente con la Argentina del pasado.

Reflexionando, se me ocurre que una comparación más plausible y lógica podría ser la de la Colombia del pasado con la Argentina del pasado. Pero no necesariamente la Colombia de 1976 con la Argentina de 1976, pues a pesar de estar ambos decepcionados del mundo de la política y toda la parafernalia del establecimiento –Colombia con la derrota de Rojas Pinilla y Argentina con lo ya mencionado previamente–, lo que siguió a ese fatídico año fue muy diferente en ambos países. Argentina se embarcó en un vuelo sin retorno hacia la oscuridad, mientras que Colombia abordó una lenta barca hacía la estabilidad partidista, el surgimiento de algunos movimientos terroristas en el campo y el clientelismo político. De tal manera, pues, es impreciso comparar a países diferentes en épocas no homologables. Entonces, mi propuesta es comparar la Colombia de 1994 a 2002. La Colombia que sufrió con el ineficiente gobierno de Ernesto Samper y el sonso estilo de Andrés Pastrana.
  • La política y la institucionalidad
América Latina, a diferencia de Norteamérica, ha sido un continente inestable desde que escribe su propia historia. Colombia no es la excepción, y así mismo, es una paradoja dentro del continente pues es un país que ha sido azotado por fenómenos tan comunes como la violencia política, el clientelismo y el caudillismo. Pero –como pocos o ninguno– ha sido capaz de construir un sistema democrático estable que ha sabido resistir los ataques de varios dictadores en potencia. Sin embargo, eso no significa que la democracia colombiana  se haya inmunizado frente a embrollos políticos. Por ejemplo, un momento crítico para la institucionalidad nacional fue cuando en 1994, el recién posesionado Presidente Ernesto Samper Pizano fue acusado de hacer un canje con los hermanos Rodríguez Orejuela. De cambiar dineros calientes para una campaña necesitada por la voluntad política para inhibir actos de extradición a los Estados Unidos. O a finales del gobierno de Andrés Pastrana, cuando Colombia hacia maromas para quedar en los primeros puestos de la lista de Estados Fallidos de la Revista Foreign Affairs. Y no era para menos, pues más del 20% de los municipios de nuestro país estaban por fuera del área de influencia del Estado y lejos del Imperio de la Ley, siendo gobernados por grupos terroristas, como la guerrilla de las FARC y los paramilitares. Las cifras de desplazamiento y asesinatos eran solo comparables con las guerras africanas –que ahora parecen tan lejanas–: 423.000 y 29.000 personas, respectivamente.

En Argentina, la situación era similar, pues el terror abordaba a la sociedad entera. Por un lado, el terrorismo guerrillero, encabezado por el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) ocupó violentamente más de 52 pueblos, robó 166 bancos y recibió más de 176 millones de dólares por secuestrar a más de 185 personas, que en su mayoría –y si no eran personas importantes– eran devueltos muertos. El terrorismo de derecha se hacía sentir con más fuerza, pero con mucho menos ruido. Su primera representación fue la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), a quien la Comisión Nacional sobre la Desaparición de  personas le atribuye centenares de  desapariciones hechas de manera silenciosa, en las noches y sin dejar rastro alguno. Más tarde, después del golpe de Estado del 24 de Marzo de 1976, el asunto se hizo más severo, pues ahora contaba con el respaldo de los nuevos jefes: los militares.

Parecería que la situación es igual. Sin embargo, vale la pena hacer una precisión respecto a la posición del gobierno colombiano frente a los grupos paramilitares, pues muchos lectores –tal vez con exceso de perspicacia- pensarán que es fácil igualar las dos actitudes: Siempre fue de rechazo. Al menos, en términos oficiales. Sin embargo, no extraña ver a tantos políticos regionales tras las rejas, pues una cosa era el comunicado que se leía en el Palacio de Nariño en medio de una fría y lluviosa tarde bogotana y otra la que se hacía en las regiones, tal vez fruto de la misma debilidad institucional a la que Colombia llegó. Mientras tanto, en Argentina, la violación fue mucho más sistemática y se podría interpretar como política de Estado. El sólo hecho de que Argentina se uniera al sistema Cóndor, una iniciativa chilena con el apoyo logístico de la CIA cuyo fin era borrar –literalmente– a todos los grupos de izquierda del cono sur y de América Latina mediante operaciones de inteligencia de élite y atentados terroristas en varias regiones del mundo, me parece muy elocuente.

Finalmente, yo no sé qué tan exacto haya sido este paralelo. Tal vez peco en exagerar algunas fuentes o, quien quita, acomodar algunos hechos para que mis argumentos suenen más plausibles. Tal vez no. Sólo sé que es fruto de una profunda ignorancia en el capítulo argentino de las dictaduras del cono sur. Probablemente me hubiera ido mejor con Chile, país que conozco mejor. De cualquier manera, quisiera terminar este ensayo –con el que no estoy satisfecho–  afirmando que las cosas pueden mejorar y que las malas, por perversas que sean, pasan y se van: Colombia, nadie lo creería hace unos años, pasó de ser un con casi 29.000 asesinatos y 2.900 secuestros en 2002 a 17.200 asesinatos y 580 secuestros en 2007. Los grupos paramilitares se han desmantelado y las guerrillas están al borde de ser derrotadas. No es suficiente, lo sabemos. Y debemos trabajar para subsanar varias heridas que están sin subsanar y son frutos de nuestros propios errores del pasado. Pero, ya está bueno de discursos miserabilistas: El país ha mejorado. Personalmente, pasar de una cuasi-dictadura del terror a una democracia en apuros en menos de 6 años a mi me parece, de por sí, un gran logro.


COMENTARIOS
No estoy satisfecho con este ensayo. Tal vez le falta profundidad conceptual a la hora de concluir y cuando se habla del gobierno colombiano y los nexos con los paramilitares. Tengo que ampliar eso. Acepto comentarios.

2 comentarios:

juan francisco muñoz dijo...

hola Luis

Nunca había pensado que el gobierno de Samper fue una dictadura oscura, pero tal vez fue así, solo que es difícil compararla con las dictaduras argentinas, como afirmabas, es una paralelo un poco arbitrario, si no es que odioso. Es interesante el énfasis que haces en la mejora de las condiciones del país enn pocos años, tanto externas como internas, tan inesperadas que parecieran no depender de ningún gobierno. sin embargo, me pace que en el fondo tu posición conduce a una nueva lectura. No es miserabilista, ni derechista. No es pesimista, ni irremediablemente optimista. Creo que reconocer lo inevitabl del progreso sin caer en actitudes conservadoras que se hacen de la vista gorda con los problemas isntitucionales y políticos es muy constructivo. Bueno, no sé si así lo ves, pero sería interesante que en ambos espectros de la opinión pública se diera este cambio de paradigma.

Luis F. Jaramillo Q. dijo...

JF:

Más que el gobierno de Samper como dictadura, lo que quería plasmar era la dictadura del terror que se apoderó de Colombia en la última década del siglo XX.

El paralelo, tienes razón, no es el más preciso. La razón, probablemente, es que estaba forzado por la directriz de la profesora a hacer un paralelo y de todas las situaciones, la que mejor me pareció fue la que escribí allí.

Sobre la actitud que mencionas, bueno me halaga que me clasifiques dentro de ese grupo. La verdad es que a pesar de todas estas crisis, todos los muertos, todos los desempleados y el clientelismo, las cosas han mejorado. Siguen fallando muchos aspectos -la última columna de Alejandro Gaviria pone en evidencia eso-, pero la situación, vista sin pretensiones políticas, ha mejorado. De eso no cabe duda.