Irrelevante.
Así se podría caracterizar el rol que las narrativas contemporáneas sobre la
revolución científica le han asignado a diferentes desarrollos históricos en la
península ibérica. Como se pretende mostrar en este ensayo, esto parece ser
insostenible sin más: los viajes de exploración, las instituciones que aparecieron
fundamentadas en estos y el momento histórico mismo de las relaciones de los
reinos de España y Portugal con el resto de Europa sugieren que existen hechos
relevantes que no han sido tenidos en cuenta para la construcción de una
historia que explique el génesis de la ciencia moderna. Para sustentar esta
posición, se expondrá cómo lo encontrado en el Nuevo Mundo sería relevante para
cuestionar algunos paradigmas del cánon de conocimiento clásico, cómo se
enfrentó la necesidad derivada de encontrar que el marco teórico de referencia
utilizado no podía explicar algunos fenómenos y cómo pudo transmitirse esto al
resto del continente europeo.
Los viajes
Decía
Plinio que la vida en las zonas tórridas era imposible dada la cercanía de esta
sección del planeta con el sol (López
de Gómara & Gurría, 1979) y fue, paradójicamente, en esta misma zona donde Colón
(2000) encontró la exuberancia que no habría visto antes. Esta tensión entre lo
enunciado en los cánones clásicos de conocimiento y lo que encontrarían los
exploradores ibéricos en sus viajes al Nuevo Mundo marcaría el derrotero de un
nuevo conjunto de tareas para la ciencia europea. Nieto (2009, pp. 16-17) afirma
que esta labor se llevó a cabo a través de la integración de la experiencia de
los expedicionarios –entendida como una fuente legítima de saber- y lo paradigmático,
previamente existente y heredado de la antiguedad. En otras palabras, el
trabajo que le correspondió a los sabios de Europa fue el de aprehender lo
nuevo e incorporarlo dentro del sistema previamente existente.
Una consecuencia del argumento anterior es
que es difícil proponer una tesis que asocie estos viajes con los inicios de la
revolución científica. Esto encuentra explicación en que los aportes realizados
al canon de conocimiento fueron hechos en el marco propuesto por los
científicos clásicos –es decir, no se prescindió de ellos- y el método empírico
utilizado por los exploradores tampoco fue novedoso pues fue el mismo al que
alguna vez recurrieron Aristóteles y tantos otros hombres de ciencia. Sin
embargo, esta posición puede subestimar la capacidad de las experiencias para
generar preguntas que persisten en el tiempo, especialmente si el sistema al
cual se les intenta ajustar no es siempre el más eficiente a la hora de
responderlas: La inconsistencia entre la realidad observada y lo que se sabía
sobre el mundo antes de los viajes es evidente en las cavilaciones de De Acosta
(2002). De esta manera, cabe preguntarse si no existió ningún tipo de actividad
científica adicional a la de incorporar al sistema de conocimiento existente
nuevos elementos en historia natural, pues la evidencia de incoherencias es
bastante amplia. Como dice Barrera Osorio (2006) cuando analiza el contacto con
los manatíes americanos: Si bien los autores clásicos tenían mucho que decir
sobre las sirenas, nunca se imaginaron que pudieran ser masculinas. Entonces no
sorprende, por ejemplo, que los naturalistas ibéricos consideraran a Plinio un
simple recolector de curiosidades (Lupher, 2003).
Más allá del rol específico –de antecedente,
como sugeriría Nieto (2009, pp. 18) o uno más activo, como el que busca este
ensayo- que se le quiera asignar a los viajes de exploración en los procesos
que terminarían en la revolución científica, parece claro que ignorarlos de
entrada es un despropósito. Esta conclusión temprana es todavía más fuerte
cuando se analiza la dinámica de las instituciones que se crearon a partir de
la llegada de los europeos a las Indias Occidentales.
Las instituciones
Independientemente de las consideraciones
planteadas anteriormente, es claro que la organización de todo el acervo de
información que llegaba del Nuevo Mundo requería de un esfuerzo organizacional
y técnico de proporciones considerables. Como lo afirma Nieto (2009, p. 16), la
utilidad de miles de anécdotas sin estandarización ni códigos concretos de
evaluación es limitada. Para enfrentar este problema, las Coronas de España y
Portugal crearon, respectivamente, la
Casa de Contratación en Sevilla y la Casa da Mina en Lisboa. Estos
establecimientos, además de encargarse de definir cómo debería ser organizada,
procesada y difundida la información obtenida en la terra incognita, se convertirían también en grandes centros de producción de conocimiento donde se diseñaban,
probaban y calibraban distintos instrumentos de observación astronómica, así
como de entrenamiento de navegantes calificados para utilizarlos y sacarles el
máximo provecho. Adicionalmente y como consecuencia inmediata de lo anterior,
serían claves para el desarrollo de proyectos que tendrían no sólo una
importancia política capital –tal como el mapa
padrón- sino también un profundo contenido de carácter científico, detrás
del que no sólo habrían esfuerzos interdisciplinarios sino también intensos
debates técnicos.
Como lo
afirma Turnbull (1996), la Casa de Contratación y la Casa da Mina fueron los
primeros centros donde se desarrolló un esfuerzo sistemático para integrar
diversos fragmentos de conocimiento sobre el Nuevo Mundo. Así mismo este
intento, en el marco de una agitada agenda de discusión técnico-científica,
llevaría a que estas instituciones se consolidaran como los primeros cuerpos
científicos de Europa pues, al final del día, representaban el tipo de espacio
que hoy se reconoce como una condición necesaria para la producción de
conocimiento de ciencia y tecnología. Además, como lo sustenta Turnbull, existe
evidencia que soporta que los cálculos que se llevaban a cabo en las Casas eran
de naturaleza latouriana, rasgo que caracteriza a los establecimientos
científicos modernos.
Iberia en Europa
De poco
servirían los puntos expuestos con antelación para el objeto de este ensayo, si
no existe evidencia sobre algún tipo de intercambio de ideas entre los Reinos
de España y Portugal y el resto de Europa. Nieto (2009, p. 19) sugiere que una evaluación definitiva
sobre el papel que jugaron los viajes y las instituciones en la revolución
científica, tiene que pasar por una revisión de la influencia intelectual de
los saberes y dudas que se derivaron de estos sobre pensadores de otras
naciones europeas. No obstante lo anterior, y ante la imposibilidad de llevar a
cabo una investigación de tal magnitud en este trabajo, es posible explorar la
dinámica de algunos aspectos de las relaciones entre la Iberia de finales del
siglo XV y el resto del continente no peninsular con el fin de buscar alguna
orientación sobre el asunto que ocupa este ensayo.
La relación de los países de la península
ibérica con el resto de Europa, especialmente con la región anglosajona –que
sería donde se desarrollaría la revolución científica-, a finales del siglo XV
y a través del siglo XVI fue bastante fluida y dinámica. En particular, Bullón-Fernández
(2007), en una revisión analítica de los intercambios
culturales, diplomáticos y políticos entre España, Portugal e Inglaterra, concluye
–contrario a lo que sería el consenso entre los historiadores por varias
décadas- que estas naciones estaban lejos de estar aisladas entre sí: además de
tener una larga historia de alianzas y matrimonios reales, hay evidencia que
sugiere que existían relacionamientos económicos, intelectuales y literarios
relevantes. Adicionalmente, Casado (2008) encuentra que las
empresas comerciales castellanas desarrollaron durante los siglos XV y XVI una
amplia red de información y mercadería que se extendía desde España hasta el
Mar del Norte, siendo los puertos ubicados en los Países Bajos, Francia e
Inglaterra los más importantes en todo el sistema. Así pues, sería a través de
las terminales de estos países que fluiría parte relevante del comercio
español. Este hecho es importante, especialmente cuando se tiene en cuenta a Cook
(2007) cuando afirma que la consolidación de redes
comerciales fue clave para el inicio de la revolución científica.
Dado lo anterior, parece claro que la
península ibérica de mediados del milenio pasado estaba fuertemente
interconectada con el resto de Europa. Este hecho es particularmente relevante
si, como se hizo antes en este ensayo, se examina lo que estaba sucediendo en
España y Portugal tras los viajes de exploración. No sería sorprendente,
entonces, que ideas tan revolucionarias y cuestionamientos a los cánones
clásicos de conocimiento viajaran paralelamente con las mercancías y utilizaran
al comercio como una suerte de polinizador cultural. Sin embargo, este análisis
no es concluyente en el sentido de que no queda demostrado que haya existido
una influencia directa de la ciencia ibérica en la revolución científica. Sí es
útil, no obstante lo anterior, para fortalecer la posición que sostiene que
ignorar lo sucedido en los reinos peninsulares puede ser un craso error y una
injusticia histórica.
Conclusión
En las
narrativas sobre el génesis de la ciencia moderna, los países de la península
ibérica brillan por su ausencia. Como se ha expuesto en este ensayo, esta
omisión puede estar equivocada pues los viajes de exploración fueron
importantes para empezar a generar cuestionamientos sobre la pertinencia del
canon clásico de conocimientos y para la creación de las primeras instituciones
científicas modernas del planeta. Todos estos desarrollos, enmarcados dentro de
un contexto de profundos lazos de estas naciones con el resto del continente y en
especial con los Países Bajos e Inglaterra, parecen demasiado relevantes como
para ser ignorados. Una historia que los incluya en su construcción y que
determine con claridad su rol es, pues, necesaria.
Bibliografía
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