Imperios y globalización

Siempre me ha causado curiosidad la hipótesis de los movimientos anti-globalización de que el mundo tiene a dividirse en dos partes: Los malos son los imperios millonarios que poseen lujos, bellas avenidas y viven secuestrados por los medios de comunicación. Los buenos son aquellos que sostienen a aquel mundo arrogante y opulento, mientras son explotados y viven moribundos. Y así, por siempre, el orden se perpetua. Los pobres siempre serán pobres (y más pobres) y vivirán en la miseria y los ricos siempre serán más ricos y disfrutarán más de sus beneficios terrenales, mientras se frotan las manos y ven como saquean y explotan cada vez más a los explotados.
Pero como cosa rara, creo que esto carece de algún rigor y no es más que un conjunto de juicios sociológicos acomodados para adoctrinar a nosotros, los muchachos del tercer mundo.
Me parece que el mejor ejemplo es la reciente adquisición, por parte de la multinacional Tata de India (una antigua colonia del flamante Imperio Británico) de Jaguar, un símbolo de la exquisitez y la clase inglesa, y de Land Rover, un ícono del poderío militar de antaño.
Para explicarme quiero preguntar: Tiene sentido, en un mundo como el que plantean los movimientos anti-globalización, que los símbolos y las empresas de los opresores pasen a manos de los oprimidos?. Yo creo que no.

Otro buen ejemplo es el de los famosos Fondos de Riqueza Soberana, que pertenecen a los gobiernos de algunos países que se han beneficiado de los altos precios de los commodities, que son mayoritariamente países pobres. Ellos buscan rendimientos para sus reservas excesivas y a veces se parquean en los bonos del Tesoro de los Estados Unidos. En pocas palabras, pueden ser los dueños de la deuda de la nación que suele ser el blanco de las satanizaciones cuando se habla de globalización.

Lo que debe quedar claro es que en un mundo como el de hoy, es diferente al que plantean mis contemporáneos revoltosos: En su utopía trágica (para justificar sus revoluciones), el orden nunca cambia y en este mundo terrenal y verdadero, el cambio, como lo han demostrado los indios, los chinos y hasta los irlandeses, es el pan de todos los días.