Lectura Orwelliana (ii)

Llegó noviembre, con sus furiosos vientos del sudoeste. Tuvieron que parar la
construcción porque había demasiada humedad para mezclar el cemento. Y vino una noche en la que el ventarrón fue tan violento que los edificios de la granja temblaron sobre sus cimientos y varias tejas fueron arrancadas de la cubierta del granero. Las gallinas se despertaron cacareando de terror porque todas soñaron haber oído algo así como el estampido de un cañón a lo lejos. Por la mañana los animales salieron de sus cuadras y se encontraron con el mástil derribado y un olmo, que estaba al pie de la huerta, arrancado de cuajo. Apenas habían visto esto cuando un grito de desesperación brotó de sus gargantas. Un cuadro terrible se ofrecía a su
vista. El molino estaba en ruinas.
Todos a una se abalanzaron hacia el lugar. Napoleón, que rara vez se apresuraba al
caminar, corría a la cabeza de todos ellos. Sí, allí yacía el fruto de todos sus esfuerzos,
demolido hasta sus cimientos; las piedras, que habían roto y trasladado tan empeñosamente, estaban desparramadas por todas partes. Incapaces, al principio, de articular palabra, no hacían más que mirar tristemente los cascotes caídos en desorden. Napoleón andaba de un lado a otro en silencio, olfateando el suelo de vez en cuando. Su cola se había puesto rígida y se movía nerviosamente a derecha e izquierda, señal de su intensa actividad mental. Repentinamente se paró como si hubiera visto claro el origen de aquel desastre.
—Camaradas —dijo con voz tranquila—, ¿sabéis quién es el responsable de todo esto?
¿Sabéis quién es el enemigo que ha venido durante la noche y tirado abajo nuestro molino? ¡Snowball! —rugió repentinamente con voz de trueno—. ¡Snowball ha hecho esto! Por pura maldad, creyendo que iba a arruinar nuestros planes y vengarse por su ignominiosa expulsión, ese traidor se arrastró hasta aquí al amparo de la oscuridad y destruyó nuestro trabajo de casi un año. Camaradas, en este momento y lugar, yo sentencio a muerte a Snowball. Recompensaré y nombraré «Héroe Animal de Segundo Grado» y gratificaré con medio bushel de manzanas, al animal que lo traiga muerto. Todo un bushel, al que lo capture vivo. Los animales quedaron horrorizados al enterarse de que Snowball pudiera ser culpable de tamaña acción. Hubo un grito de indignación y todos comenzaron a idear la manera de atrapar a Snowball, si alguna vez lo encontraban. Casi inmediatamente se descubrieron las pisadas de un puerco en la hierba, a poca distancia de la loma. Las huellas pudieron seguirse algunos metros,
pero parecían llevar hacia un agujero en el seto. Napoleón las olió bien y declaró que eran de Snowball. Opinó que Snowball probablemente había llegado procedente de la «Granja Foxwood».
—¡No hay tiempo que perder, camaradas! —gritó Napoleón una vez examinadas las
huellas—. Hay mucho trabajo que realizar. Esta misma mañana comenzaremos a rehacer el molino y lo reconstruiremos durante todo el invierno, haga lluvia o buen tiempo. Le enseñaremos a ese miserable traidor que él no puede deshacer nuestro trabajo tan fácilmente. Recordad, camaradas; no debe haber ninguna alteración en nuestros planes, que serán llevados a cabo sea como sea. ¡Adelante, camaradas! ¡Viva el molino de viento! ¡Viva «Granja Animal»!

y....

Repentinamente, a principios de primavera, se descubrió algo alarmante. ¡Snowball
frecuentaba en secreto la granja por las noches! Los animales estaban tan alterados que apenas podían dormir en sus establos. Todas las noches, se decía, él se introducía al amparo de la oscuridad y hacía toda clase de daños. Robaba el maíz, volcaba los cubos de leche, rompía los huevos, pisoteaba los semilleros, roía la corteza de los árboles frutales. Cuando algo andaba mal se hizo habitual atribuírselo siempre a Snowball. Si se rompía una ventana o se obstruía un desagüe, era cosa segura que alguien diría que Snowball durante la noche lo había hecho, y cuando se perdió la llave del cobertizo de comestibles, toda la granja estaba convencida de que Snowball la había tirado al pozo. Cosa curiosa, siguieron creyendo esto aun después de encontrarse la llave extraviada debajo de una bolsa de harina. Las vacas declararon unánimemente que Snowball se deslizó dentro de sus establos y las ordeñó mientras dormían. También se dijo que los ratones, que molestaron bastante aquel invierno, estaban en connivencia con Snowball.
Bueno, esto es de nuevo de La Rebelión en la Granja de George Orwell. Les recomiendo que se lean todo este fragmento. Piensenlo y miren a Venezuela. No les parece que hay algo parecido con Raúl Baduel o con los gringos? Es claro que es más apropiado el ejemplo-y todo el texto- para el primer caso, pero no deja de ponerlo a uno a imaginarse cosas en el segundo.

No hay comentarios.: