Mostrando las entradas con la etiqueta religión. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta religión. Mostrar todas las entradas

El dolor y las victorias

Muchas veces una escucha a la gente decir que cuando algún triunfo es propio se suele disfrutar más. Que el tufillo de victoria es mucho más notorio y mucho más placentero cuando se hace con el esfuerzo propio. Cuando uno la suda, para usar la jerga popular. Personalmente puedo testificar a favor de esta tesis. Recuerdo la grandeza que se siente salir premiado al final de un año académico con una medallita simbólica o algún ademán barato por el estilo. O resolver un problema de trigonometría uno mismo, sin ayuda de los demás. O hacer una exposición de un tema al cual uno es aficionado con señorío y buenos fundamentos, resultados del esfuerzo por buscar literatura y autores especializados. Y así muchos ejemplos, que esbozan de manera variada aunque certera la verdad sobre los triunfos esforzados. Sobre los partidos de la vida ganados en la vida definidos por nuestra propia excelencia, por nuestro propio esfuerzo. Sin embargo, esta experiencia tan regada y aceptada suele prestarse para malas interpretaciones. La más común, no cabe duda, es la que plantea la ecuación esfuerzo=sufrimiento. Como esta frase planteada en un ejercicio de religión: Los que sufren mucho, es para que luego de alcanzar su perfección, gocen mucho más todavía. A mí me parece que la tesis planteada, en el mejor de los casos, puede ser peligrosa, pues puede llevar a miles de individuos que la encuentren en uno de esos libros de Walter Riso, a irse por los caminos más escabrosos y más montañosos. Puede llevar a las aberraciones más absurdas, como las del Opus Dei y la famosa autoflagelación que practican sus miembros. O del famoso aparato que cada vez que los hombres de la comunidad sienten impulsos sexuales, transmite una adecuada dosis de electricidad y aturdimiento a los apaciguados miembros masculinos del ombligo para abajo. Y así, ejemplos por montón que muestran que la afición por el dolor no sólo es impráctica y sin sentido, sino también aberrante. Entonces, no sobra recordar que la tesis planteada no puede ser esfuerzo=dolor. Que sudar la camisa no es lo mismo que arañarse la camisa o cortarse las venas. Que el tufillo de la victoria esforzada no es el mismo al de aberraciones que, productos de lavados de cerebro, producen placeres equivocados. Que la vida es de pasitos y de constancia. No de destrucción. Y mucho menos de dolor.

* Para clase de religión.

Una lucha milenaria... *

Es probablemente el tópico que más atención ha recibido a lo largo de toda la historia. De él todo se ha dicho y siempre está vigente.Es un tema apasionante en el cual se pueden identificar dos aspectos bastante marcados: Lo primero, es que lo más cómico (ó triste, no se sabe) de todo, es que no se ha llegado a una conclusión que pueda ser aceptada por la mayoría de las gentes. Es algo que todavía sigue, como una discusión interminable; y lo segundo, es que este es un debate que se ha democratizado verdaderamente. Por ejemplo, uno puede escuchar hablar del tema a una vendedora ambulante que ha leído el Génesis y cree en él ciegamente, o a un estudiante de biología que se sabe las mil y una teorías científicamente válidas para refutar argumentos fantasiosos y creencias sin mayores bases racionales. Los actores son irreconciliables. Como el agua y el aceite, para usar la jerga popular.Y este tópico, no puede caber la menor duda, ha sido el del origen de la vida.Su discusión, caricaturizada, puede tomarse como una lucha milenaria. Algo así como la eterna disyuntiva entre el bien y el mal. O mejor, entre el “bien científico”, que es representado por las teorías y los estudios que el mundo libre y moderno nos ha dejado conocer, y el “mal idealista”, que es impulsado por el viejo globo y la ignorancia de las masas.
Este “bien científico” (o materialismo) siempre se ha basado en pruebas empíricas, objetos verificables o afirmaciones racionales. Por ejemplo, la teoría de Darwin es bastante coherente con la forma de actuar instintiva de los seres humanos. Otro buen modelo de materialismo son los coacervados de Oparin, que no salieron por voluntad divina o algo por el estilo. Por el contrario, fue el resultado de la unión de varios coloides, que a su vez, venían de otro tipo de sustancias más primitivas.
El otro actor es el “mal idealista”. Este siempre ha dado sus declaraciones con base en supuestos y a cosas que se espera que hayan pasado. También a discursos donde toda la obra está sujeta a la fe y la certeza frente a los hechos predicados es casi nula.

Las afirmaciones idealistas no tienen sustento empírico, siempre se hicieron en tiempos de atraso científico y mucho querer filosófico. En épocas con tan poco desarrollo técnico, que lo objetivo no parecía posible y lo subjetivo tenía toda la atención.
La gran mayoría de pensadores de este estilo, como Aristóteles o Platón, jamás tuvieron acceso a herramientas relativamente nuevas (como el microscopio, cuya versión más simple está desde el siglo XVII) que permiten estudiar a fondo las ciencias y ver más allá de lo que nuestros ojos ven. En consecuencia, nunca supieron de la “micro vida” y por tanto, siempre pensaron ignorando lo que no podían ignorar para hablar de biología.
Ya para terminar, me parece importante recalcar en la importancia de las pruebas y la veracidad empírica a la hora de debatir estos temas tan trascendentes para la humanidad. El idealismo ha hablado por hablar durante siglos y ha causado tremendos retrocesos en los pensamientos del ser humano. El materialismo, con ayuda de las ciencias técnicas, ha aportado una riqueza indiscutible al debate del origen de la vida. Pero hasta el momento, no hemos llegado a ningún lado: La discusión sigue en su punto inicial desde hace más de 300 o 400 años. Por el bien intelectual de la humanidad, es necesario llamar a la reflexión a nuestros agentes para la realización de un nuevo debate. Y que este, de una vez y para siempre, sea sensato.

Bibliografía

Oparin, A. (1927). ¿Qué es la vida? En A. Oparin, El Origen de la Vida (págs. 6-8). Ciudad de México: Editores Mexicanos Unidos.

The Economist. (1 de Noviembre de 2007). Special Reports: Stop in the name... Recuperado el 4 de Noviembre de 2007, de The Economist Online: http://www.economist.com/specialreports/displaystory.cfm?story_id=10015177

The Economist. (2007). The Origin of Speakies. The Economist , 385 (8551), 112.

¿Qué importancia tiene para los jóvenes de hoy las encíclicas?

Este ensayo pretende ser realista y no atender a las tentaciones de las masas de escribir lo mismo, apegarse a las necesidades de corto plazo para opinar esperando alguna ayuda, o simplemente argumentar sin sentido, el arte de pertenecer a la homogeneidad.

Entrando en materia, y sin más críticas, quisiera empezar con hipótesis difícilmente refutable: Los jóvenes de hoy en día no se interesan en analizar su realidad social, al menos de una forma sensata. Siempre existe algo superficial para opinar de una forma más profunda y vehemente: Los carros, los miembros de la farándula, los bellos, las novelas, las fiestas, etc. Allí podemos empezar a ver que las cuestiones sociales (de lo que en mayor parte tratan las encíclicas) se degradan a un plano menos importante, a una posición casi irrelevante. El tema sólo se toca entre los jóvenes cuando “tocó”, cuando hay que hacer un ensayo para religión o para ciencias sociales.
Por esa falta de trascendencia que para los muchachos de hoy tienen las cuestiones sociales y políticas, las encíclicas (y todos los documentos que traten sobre estos temas), entran en desventaja con respecto a la tv, al chat, a las revistas light y al aparato que sirve para transmitir mayoritariamente chismes: el teléfono.

A pesar de todo lo anterior, uno no puede acusar del todo a la juventud por esa falta de interés: La política se mezcla con la barbarie y la corrupción, la economía con la injusticia, y la religión con las posturas retrógradas y la disyunción entre retórica y práctica. Para los economistas, desincentivos a pensar. Para mí, lo mismo.

Y bueno, para parar con la ola de melancolía, quisiera empezar a hacer énfasis en el papel de la Iglesia Católica en la intrascendencia de los asuntos sociales, y de las encíclicas como tal.
La Iglesia, desde hace ya casi 40 años, cambió su forma y su imagen frente a la sociedad: Con el Concilio Vaticano II y documentos como el de Puebla y el de Medellín, se establecieron lazos más fuertes con los pobres, además de pequeños cambios en la estructura de la eucaristía.
Sin embargo, al parecer, lo único que ha estado ceñido a lo que los documentos estipulan, es la parte eucarística: En la parte social, el cambio solo se ha visto en algunos curas de lugares aislados, que verdaderamente están comprometidos con sus comunidades y con los nuevos desafíos sociales que enfrenta el tercer mundo. Sin embargo, como dije, esto solo se limita a lugares aislados: La jerarquía católica, sigue igual de insípida como siempre, con moralismos (sin autoridad moral) y posturas muy cerradas al cambio, a la actualización y a la modernidad, de la cual, mi generación es hija natural. Allí también está otro porqué de la juventud alejada de la religión y tan reacia a darle importancia a lo que la Iglesia dice: Son en esencia diferentes, contradictorios. Y la Iglesia, ligeramente evolucionada en el papel, no ha querido avanzar en la práctica. Un buen ejemplo es la contradicción entre el reformismo del que habla el Vaticano II y la elección de papas tan conservadores como Juan Pablo II y Benedicto XVI, nada buenos para la Iglesia y poco entendidos de la modernidad que tanto requiere la Iglesia Católica para reivindicarse con la sociedad.